sábado, 19 de marzo de 2016

¿Metal para todos y todas y todes? No, metal para nadie más que para mí; o, De la metalureidad

Dice una nota que encontré por ahí:
Ni al aprobar la última materia del CBC, ni al entrar por primera vez en el edificio sito en Puán 480, ni al acceder al flamante campus virtual que, entre otras cosas, permite la inscripción online. No. Sucede en el momento exacto en que se experimenta la asociación, la relación de igualdad entre “ostranenie” (vocablo enigmático y pegajoso) y la palabra “extrañamiento”. Recién ahí se tiene la revelación: el novato acaba de ingresar en la carrera de Letras. Recién ahí se empieza a manifestar, según cada quién, una novedosa predisposición, otra perspectiva, una apertura o una flamante enfermedad. Ese es el génesis, el viaje de ida, el comienzo de todo: el extrañamiento o la idea de que lo que vuelve literaria a la literatura es, básicamente, su poder de descolocar, sorprender, volver extraño —con una palabra, una atmósfera o una comparación— lo cotidiano.
Quoth Wikipedia (en la entrada sobre la literatura):
A comienzos del siglo XX, el formalismo ruso se interesa por el fenómeno literario, e indaga sobre los rasgos que definen y caracterizan dichos textos literarios, es decir, sobre la literaturidad de la obra.
Las wikipedias del futuro dirán:
A comienzos del siglo XXI el fernandojoseladislaísmo protopatagónico se intelectualoideíza y se interesa por describir con palabras el fenómeno musical del heavy metal y sus derivados, al que empezó a estudiar informalmente desde finales de la década de 1990 sin producir en esas épocas más que la propia experiencia íntima del escuchar estos ritmos en su walkman o reproductor de mp3. No obstante haber llegado unos sesenta años tarde a «la movida» y no haber asistido a más que a un puñado de recitales del género, lo que nos lega esta pantomima de una corriente de pseudopensamiento es un concepto, claramente afanado de los rusos, para referirse a esos escalofríos y esa sensación de que es imperiosa la destrucción del Universo que produce esta música repugnante: el concepto de metalureidad. Dijo alguna vez su fundador: «Lo que define al metal es un poco complicado de poner en palabras. Sería algo así, grosso modo: Si no hace llorar a los niños, si no hace que tus padres se pregunten en qué se equivocaron al criarte, si no hace que tu abuela se enoje, entonces no es metal [o sea, “si no hace esas cosas, pues carece de metalureidad”]».

martes, 8 de marzo de 2016

YO OPINO - Cinematógrafo X - Harry el sucio; o, Todavía no vi las de Tarkovsky que me estuve bajando

Siguen pasando los días y sigo sin ver La infancia de Iván, que la tengo en el pen drive, con subtítulos sincronizados y todo, esperando para que la mire en el archi mega súper Smart TV de mi El Padre.
Vi anoche Harry el sucio, con Clint Eastwood, de 1971. Es una de las fundadoras de las típicas películas de acción de esta época. Pienso en Duro de matar o en Arma mortal, por el tipo de policía rebelde, atrevido, que siente que la ley no es justa y sale a hacer su propia justicia. (Aunque no son propiamente de esta época sino de hace casi veinte años, estas…)
Es tan yankee esa idea del que es más justo que la justicia, tan hollywoodense. No sé qué hago mirando estas películas.
Sí sé: Porque me la paso mirando Netflix, y en Netflix no está Tarkovsky ni hay «cine de autor». Ni demasiado del mejor cine yankee. 2001: Odisea del espacio no está. El padrino no está. Hay como un filtro en el que no encaja lo «(que a mí me parece) realmente bueno» en Netflix. Siguen siendo mejores los torrents, para encontrar cosas más «raras».

Grandes reflexiones, las de hoy, ¿eh?…
Sepan disculpar. «Todo no se puede».

Frases célebres apócrifas IV

«Tipo que tras largas me-di-taciones me-di-cuenta 
de que los murciégalos son los ángeles de las ratas muertas.»
Carlos Saúl Darwin

jueves, 3 de marzo de 2016

YO OPINO - Cinematógrafo IX - «Heat» + Por qué no soy kirchnerista

Esta vez vengo más reflexivo, más sincero, más preocupado por la verdad verdadera… Bueno, tal vez no. Pero vengo más «alta la vara» que al hablar de Deadpool, eso sin dudas.
La idea de tener un blog siempre estuvo relacionada con la de escribir (¿en serio?), con la idea de jugar a «ser escritor», quiero decir. Hace unos días me burlaba de un libro (Es mi tipo, de Simon Garfield, un libro sobre tipografía que me regalaron para Navidad en ocasión de mi dedicación actual, la de montar un taller de impresión tipográfica) diciendo que estaba redactado de un modo muy «periodístico». «Periodístico», dije, porque es un libro escrito de manera muy superficial, lleno de capítulos muy breves que se limitan a contar anécdotas y que reproducen opiniones muy marcadas de distintos «referentes» del mundillo del diseño gráfico con el fin de despertar una controversia o de que uno tome partido frente a tal o cual familia tipográfica. En general, está redactado con un nivel pasable, leíble pero «literariamente» flojo. Muy introductorio.
Pero mi manera de escribir para el blog («pero» si es que mi manera de escribir el blog tenía alguna pretensión literaria y si hay algo negativo en la escritura periodística en sí, si hay algo «inferior» en el periodismo si se lo enfrenta a lo «alto» de la literatura…), ¿acaso no se podría encuadrar precisamente en esa categoría de «periodístico por lo flojo que considero al texto periodístico en general» que le achaqué al libro? Siempre escribo breve, sin muchas pretensiones más que las de entretenerme yo mismo (vamos, que, si realmente alguien aparte de mí lee esto, no he tenido ni una repercusión real), me aferro a los efectos que producen las anécdotas, aprovecho los modestísimos dos o tres recursos que «me caracterizan» y que a mí me causan gracia, pero que al hipotético lector deben aburrir o confundir, etc.
Volviendo a la definición de «periodístico». «¡Vamos, no es peyorativo, es la verdad!», pienso. Y es que en mi experiencia suele ser así. El texto periodístico da una breve información sobre algo que se desarrolla más profusamente en un libro, en una película o en un disco, ¿o no? Parto de pensar en las revistas y periódicos que leo ahora, a saber: el periódico MU, Crisis, la NAN. En esos textos siempre uno queda tentado de seguir profundizando mediante la lectura de libros que apenas se mencionan o se resumen en las notas, o se entera de algo gracias a lo cual se arma una idea superficial o introductoria, pero que, o no despierta más interés en uno o, el tiempo es finito y leer cuesta además dinero, uno no puede seguir informándose sobre todos los temas de los que escucha o lee algo.
En conclusión, un texto periodístico es introductorio por MI definición. Eso no le quita mérito ni calidad.

Bueno, no era sobre eso sobre lo que quería escribir en primera instancia. (¡Ja!)
El tema N.º 1) vendría siendo la película Heat, también llamada Fuego contra fuego, de Michael Mann.
Me encontré el miércoles 2 de marzo, o sea, ayer, por primera vez en mi taller con mi amigo de Edición, L. L., y entre mates y alfajores nos ametrallamos con referencias a libros, a discos y a películas, como suele suceder cuando nos juntamos. Me recomendó esta de acción, de Al Pacino y Robert De Niro (más confundibles que nunca, que no puedo retener nunca cuál es cuál: el Taxi Driver es Pacino, el de el Padrino es De Niro; ah, no, perate, es al revés… ¡Demonios! ¡Y encima están juntos! Casi se autodevora mi corteza cerebral intentando retener cuál era el "bueno" y cuál el "malo".). Es buena. Puro ritmo, pero bien de Hollywood, que ganan los buenos y pierden los malos, y «el crimen no paga».
El tema N.º 2) se desprende de mi reflexlión ante este mirar películas tan «del sistema»: Hace meses que me empecé a bajar películas de Tarkovsky y, obvio, todavía no las vi.
Hoy el tema empezó a resonar cuando me compré el nuevo número del periódico MU y me encontré con una entrevista a un director de cine argentino independiente (Mariano Llinás) que, a pesar de lo pretencioso y rayano con lo snob de su discurso, me resuena, porque habla de la preocupación por la parte artística de las cosas. Y, tengo que reconocerlo, aunque trate de ocultarla entre tanto «arte» de la «industria cultural» que vengo consumiendo, mi preocupación por la parte más artística de las cosas late ahí abajo de todo.
Y aparte me resonó porque dice exactamente lo que me pasó con el kirchnerismo.
Cito (página 18 del vínculo):
Alguna vez te definiste como una persona de izquierda. ¿Qué significa eso hoy?
En uno de sus films de ensayo, Chris Marker sentencia que ama los gatos porque nunca están del lado del poder. Es una idea reveladora, y yo creo con firmeza que ser de izquierda es eso: una postura del espíritu que nos hace temerle al poder de cualquier tipo y tenerle antipatía. Aunque suene extemporáneo, creo que el poder y el dinero son necesariamente malvados, y que la vida es mejor teniendo a bastante distancia a esos malos espíritus. En ese sentido, hay que decir que los años kirchneristas fueron muy difíciles para las personas de izquierda. Muchos con los cuales uno creía compartir pensamientos y percepciones comenzaron a aceptar como válido un discurso permisivo con el poder, con argumentos del tipo «Hay que tener poder para cambiar las cosas», o «el enemigo es tan grande que uno debe tomar partido y perdonar ciertas cuestiones» que, según creo, deberían resultar inadmisibles para cualquier persona con un mínimo de espíritu libertario. Creo firmemente que los cambios no se hacen desde el poder, sino que se gestan al margen del poder y desde allí ejercen una presión más o menos exitosa, más o menos inmediata, más o menos manifiesta. Los cambios se hacen a pesar del poder, desde la fuerza insurrecta de los pensamientos marginales. En ese sentido, ver a tantas personas que uno consideraba aliadas declararle su amor al Presidente, y entregarse ciegamente al fervor de la barbarie enérgica y de la propaganda, y ser [nosotros] acusados de neoliberales y oligarcas por no sumarnos a la fiesta no fue, hay que decirlo, la mejor de las experiencias.
Yo sé que perdí al menos un amigo precisamente por esto que no me banco de hacerse un adorador de líderes y sé que cada vez que prendo la radio o leo un diario o abro el maldito Facebook y veo tanto del «yo no lo voté (a Macri)» o «esto pasa por votar con el orto» (dando por sentado que con Scioli —¡Scioli, el que ascendió con Menem, el aparato ese, el pechofrío ese, con él!— todo iba a ser verdadera felicidad) me siento solo, muy solo, porque, como dice ahí, los que se podían sentir «del palo» junto a uno ahora están escribiendo «¡Volveremos!».

Al final no me salió tan largo.
Pero me hace sufrir mucho todo esto.