martes, 28 de junio de 2016

Si fuera un tipo normal…

Si fuera un tipo normal, ahora que recién llego a mi casa mi señora me preguntaría, mientras le estaría dando de mamar a un bebito medio no deseado pero querido al fin al mismo tiempo que revolvería un guiso de mondongo: [¿Qué fue de la consecutio temporum de la que alardeaba en otros tiempos?]
—Chuick, ¿qué tal tu día, querido?
Y yo respondería, tirando a un costado la campera, aflojándome la corbata y apoltronándome en el sillón para ver alguna noticia sobre la renuncia de Messi o el precio del morrón, que está como $100 el kilo, será de Dios, adónde iremos a parar:
—Mbueh… Igual que siempre, vieja.
Por suerte no, por suerte no... me digo... ¿Por suerte no? ¿Por suerte qué? ¿De qué estoy hablando?
Por suerte llego, dejo la mochila en la pieza, la campera en un ganchito y la que mira la tele es mi hermana, que está viendo alguna noticia sobre la renuncia de Messi o el precio del morrón, que está como $100 el kilo, será de Dios, adónde iremos a parar y le pido que apague la tele o me deje cambiar y me dice:
—Cambiá.
Y cuando entro a Netflix y pongo Los Borgia me dice:
—Ah, no, pensé que no ibas a poner algo así, para eso pongo The Following. Quería tener de fondo la tele, nomás.
Lo saco y le digo:
—Bueno, calate esta…
Y pongo la película Internet's Own Boy, el documental sobre Aaron Swartz. Atino a ver el epígrafe con la cita de Thoreau:
Unjust laws exist;
shall we be content to obey them,
or shall we endeavor to amend them
and obey them until we have succeeded,
or shall we transgress them at once?
Empiezo a sonreírle a la pantalla, porque si tuviera alguien a quien contarle cómo estuvo mi día le contaría que hoy precisamente estuve hablando (entre otras tantas cosas, pues charlamos durante casi dos horas) de Thoreau con una profesora de la facultad.
Y mi hermana me dice:
—¿Una película?, ¡menos!, si ahora a las nueve y media [eran las 20:40] empieza [Educando a] Nina…


En mi mente aparece el viejo y querido emoticon (que no emoji) de los chats y foros que se preciaban:

¬¬

Así que salgo de Netflix, guardo las galletitas Criollitas y el leberwurst que estaba merendado y me vengo a encerrar a mi cuevita, a mi pupa: mi pieza. Prendo la computadora (¡Tengo computadora con Internet en mi pieza, gracias a los dioses del submundo!) y me pongo a revisar el Facebook y el mail y demás huevadas, y me digo:
—Anoche escribí aquello en el blog… Llegó la hora.
Así que acá estoy, escribo esta megabolubolu sin pies ni cabeza.

Si tuviera alguien a quien contarle cómo fue mi día, pues le diría que me desperté a las ocho pero me quedé dando vueltas y me levanté medio tarde, tipo diez, amodorrado, me vestí, no desayuné y salí al frío, me tomé el 55 en Warnes y Gurruchaga y llegué a Puán tipo diez y media, me tomé un capuccino con una bola de fraile rellena de crema pastelera mientras leía una de las entrevistas registradas en el librito Conversaciones ante la máquina, tras lo cual fui a la última clase del cuatrimestre para enterarme de por qué anoche no hubo clase teórica y de que promocioné Edición Electrónica y Multimedia (descubrí al repasar el plan de estudios que me falta cursar cuatro materias y listo) porque el TP grupal que entregué la semana pasada "cagando aceite" nos hizo merecedores de la (alevosa) calificación de un nueve (9). Terminada la clase, que no fue clase sino una charla sobre la cursada, sobre las rencillas y rencores entre los docentes de Edición, me quedé charlando con la profesora sobre el Sur, sobre Thoreau, como decía antes, sobre el sentido de la vida, sin ir más lejos. Salí de Puán rumbo al taller. Me tomé el 26 (El conductor se puso la gorra: desde la esquina de Emilio Mitre y Rivadavia (yo estaba sobre Rivadavia porque me equivoqué al salir y fui para esa avenida) vi que venía y que como el semáforo se puso en rojo la marea automotriz lo detuvo a escasos diez metros después de haber dejado la última parada sobre Mitre, con lo que apuré el paso para acercarme y hacerle señas para que me abriera. Se hizo el que miraba para otro lado, pero yo me di cuenta de que ya me había visto. Después de hacerle más gestos, consintió en abrir la puerta y dejarme subir para decirme «la parada es allá atrás, este no es el último colectivo que va a pasar»… Diez metros después de la parada y con el semáforo impidiéndote pasar te pedí que me abrieras. Hacía frío. Sos una caquita, loco, pensaba. Pero le dije «Perdón, no sé qué decir».). Intenté dejar de lado el mal momento y volví a mi libro, que gracias al Cielo conseguí asiento por el fondo, ajeno a todo reclamo de embarazada, madre con niño o vieja cara de nalga. El libro este de las Conversaciones ante la máquina «se deja leer». Son charlas que se dieron en el programa La mar en coche de la radio La Tribu entre 2012 y 2015, más o menos. Sobre todos los temas importantes de estos años. Neoliberalismo, militarización de Rosario, el paco, Martínez Estrada, los 43 de Ayotzinapa, el final del kirchnerismo, etc., etc., etc. Todos los textos hablan sobre la cuestión que me atormenta y me preocupa desde hace unos cuantos años: la pregunta acerca de cuál es «la manera de vivir». (No sé si todos los textos, pero recuerdo que cada cuatro o cinco páginas subrayo "modo de vida", "manera de vivir", "manera de existir" o algo por el estilo)… Llegué al taller tipo dos de la tarde, encendí la computadora, puse en el iTunes todos los discos de estudio de Morbid Angel y me di a la tarea de encuadernar hasta las siete y media, ocho, momentos en que empecé a cometer errores de cálculo y corté unos papeles vinílicos con un ancho de casi diez centímetros más chico de lo que necesitaba. Lavé el pincel y el rodillo. Apagué la computadora, saqué el libro de la mochila y cerré. Me tomé el 24, conseguí mágicamente asiento y me vine leyendo otra entrevista, hasta que me di cuenta de que me pasé, aunque sólo me bajé una cuadra más lejos de lo que esperaba, porque el 24 tiene parada en Scalabrini y Murillo y apenas dobla para de nuevo, en Malabia y Warnes. Ahí entré al departamentito de Acevedo y Murillo donde vivo con mis padres y mi hermana, agarré un poco de leberwurst que quedaba en la heladera y unas Criollitas y entré a mandarme untaditas mientras le preguntaba si podía sacar el noticiero de Telefé.

Fin.

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